El rey tragón


Las noches del cinco de enero, su madre los reunía a todos para los preparativos. Unos trocitos de bizcocho por aquí, unos vasitos de leche por allá, unos pedazos de zanahoria para los camellos, y mucha agua, que vendrían sedientos tras el largo viaje. Solían limpiar con delicadeza sus zapatitos para después colocarlos en la ventana, con la esperanza de encontrarlos al día siguiente a rebosar de dulces. Más tarde, los cinco cenaban a duras penas, ya que a los niños no les entraba nunca nada por los nervios y la emoción, y después se iban a dormir algunos, y a fingir que dormían otros. A las seis de la mañana, Hugo solía abandonar su cama para ir a despertarlos a todos y animarlos a bajar a abrir los regalos. La noche de Reyes de aquel año tan raro, el pequeño de la familia no pegó ojo. Se lo sabía al dedillo. A eso de las once, cuando se acostaban, se oía a sus padres recoger el salón. En esa parte de la noche, a él no le costaba mucho mantenerse despierto, ya que hacían demasiado ruido. Después, abandonaban la estancia dejando las luces apagadas. Era el momento de que entraran los Reyes. El pequeño intentaba no dormirse para no perderse tan esperado acontecimiento, pero nunca había conseguido oírles entrar. A veces, se asomaba a la ventana para ver a los camellos, que debían de quedarse al otro lado de la calle, porque nunca alcanzaba a verlos. Aquella mágica noche, a eso de la una de la madrugada, cuando a Hugo ya le dolían los párpados y estaba a punto de quedarse dormido, por fin se escuchó la puerta abrirse. Se oyeron los pasos firmes del que sería, probablemente, Melchor, que en el belén siempre se colocaba por delante de los otros dos. Casi podía verlo con sus enormes barbas y sus atuendos de color verde esmeralda y oro, y le hizo ilusión saber que estaba caminando sobre el mismo suelo que hacía escasas horas había pisado él, cuando preparaba todo para su llegada. Le escuchó beberse un vaso de leche de un trago, luego, otro, y luego, otro. ¿Por qué iba a dejar a Baltasar y Gaspar sin leche? Quizá habían cenado demasiado. Después, escuchó cómo se metía todos los trozos de bizcocho en la boca y los masticaba haciendo mucho ruido, como si estuviera devorando de un bocado el cordero que hacía su madre en Navidad. No había dejado nada para los otros dos, que según parecía, ni siquiera habían entrado en casa. Después, dejó un regalo sobre la mesa y, minutos más tarde, ya se había marchado. Hugo no podía creer que solo hubiera entrado el rey de barba blanca, pero mucho menos, que el tragón se hubiera comido lo que habían preparado para los tres, y no les hubiera guardado nada. Indignado, bajó al salón, sin pasar antes por las habitaciones de sus hermanos, y se encontró con el que sería su regalo, sobre el que descansaba una nota escrita a lápiz, cubierta de migas de bizcocho: “Siento haberme comido todo yo, pero mis compañeros no podían entrar. En vuestra casa solo cabía uno más”.


#UnaNavidadDiferente (Concurso Zenda)


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