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El rey tragón

Las noches del cinco de enero, su madre los reunía a todos para los preparativos. Unos trocitos de bizcocho por aquí, unos vasitos de leche por allá, unos pedazos de zanahoria para los camellos, y mucha agua, que vendrían sedientos tras el largo viaje. Solían limpiar con delicadeza sus zapatitos para después colocarlos en la ventana, con la esperanza de encontrarlos al día siguiente a rebosar de dulces. Más tarde, los cinco cenaban a duras penas, ya que a los niños no les entraba nunca nada por los nervios y la emoción, y después se iban a dormir algunos, y a fingir que dormían otros. A las seis de la mañana, Hugo solía abandonar su cama para ir a despertarlos a todos y animarlos a bajar a abrir los regalos. La noche de Reyes de aquel año tan raro, el pequeño de la familia no pegó ojo. Se lo sabía al dedillo. A eso de las once, cuando se acostaban, se oía a sus padres recoger el salón. En esa parte de la noche, a él no le costaba mucho mantenerse despierto, ya que hacían demasiado ruid